La ilusión de la transparencia: Qué nos enseña la ficción sobre la privacidad digital

En The Circle, una joven entusiasta entra a trabajar en una empresa tecnológica que promete cambiar el mundo. En You, un librero aparentemente inofensivo se convierte en un experto en rastrear vidas ajenas a través de redes sociales. Ambas ficciones, distintas en tono y estética, comparten un espejo: la fascinación contemporánea por observar y ser observados. Lo que comenzó como un gesto de conexión terminó convirtiéndose en una economía de la exposición, donde cada dato es una huella y cada huella, una oportunidad de control.

En este cruce entre entretenimiento y advertencia, la ficción cumple una función que la teoría a veces olvida: mostrar las zonas grises donde la tecnología deja de ser una herramienta y se convierte en una cultura. Como plantea Agustín Allende Larreta, especialista en Derecho Empresarial y Ética Corporativa, el dilema no reside en el avance tecnológico, sino en la madurez ética con la que lo gestionamos. La privacidad digital ya no es un asunto individual, sino un componente estructural de la gobernanza y la sostenibilidad corporativa.

Hoy, las empresas que tratan la información con responsabilidad no solo cumplen la ley: construyen confianza. Y las que no lo hacen, se arriesgan a perder más que datos: pierden legitimidad. La pregunta que dejan estas narrativas —y que también interpela al mundo empresarial— es inquietante: ¿hasta qué punto la transparencia, convertida en dogma, puede volverse una forma de vigilancia?

El espejismo de la transparencia total en The Circle

En The Circle, la utopía de una sociedad sin secretos se presenta como un ideal moral: “la transparencia nos hace mejores”. Detrás de esa frase se esconde una de las más poderosas narrativas de la era digital: la idea de que compartirlo todo equivale a no tener nada que ocultar. Lo que comienza como una invitación a la autenticidad se transforma en un sistema de vigilancia revestido de buenas intenciones. En el universo de la película —y en muchos entornos corporativos reales— la información deja de ser un medio para volverse un fin: acumularla otorga poder, control y legitimidad.

En la película, la utopía de una sociedad sin secretos se presenta como un ideal moral: “la transparencia nos hace mejores”. Esa consigna, revestida de nobleza, resume una de las tensiones más actuales del ecosistema digital: la confusión entre apertura y exposición. Lo que en principio parece una conquista —un mundo donde la información circula libremente— pronto se transforma en un mecanismo de control sutil, casi invisible.

En la ficción, la empresa tecnológica convierte la transparencia en dogma, instaurando la idea de que compartirlo todo equivale a actuar con rectitud. Pero detrás de ese discurso subyace una nueva forma de poder: la observación permanente. La misma lógica se replica en las organizaciones que, en nombre de la eficiencia o la trazabilidad, instalan sistemas que lo miden todo: tiempos de conexión, desempeño, interacciones.

Agustín Allende Larreta advierte que la transparencia radical puede derivar en un “espejismo ético”, donde las personas se sienten moralmente justificadas por ser visibles, aunque ignoren quién observa o con qué propósito. La ilusión de control y la presión por la exposición permanente reconfiguran las relaciones de confianza: lo que antes se ganaba con integridad, hoy parece depender de la cantidad de datos compartidos.

El espejismo ético de la transparencia

La transparencia es valiosa solo cuando tiene sentido ético y propósito social. En el ámbito empresarial, esto implica diferenciar entre rendición de cuentas y exhibicionismo corporativo. El Compliance moderno, como enfatiza la Escuela de Negocios ADEN en Compliance en Latinoamérica, debe ir más allá del cumplimiento normativo y construir “una cultura de integridad que fortalezca la legitimidad institucional y la confianza social”.

Esa diferencia es clave: una organización transparente no es la que publica todos sus datos, sino la que comunica con responsabilidad lo que impacta en la vida de las personas y los grupos de interés. Cuando la visibilidad se convierte en valor en sí misma, la ética se diluye en una estética del control.

En este punto, Santiago Grigera del Campillo, en Compliance y Ciberseguridad, introduce una idea central: la privacidad debe gestionarse como un proceso sistémico. La verdadera madurez en gobernanza de datos surge cuando la empresa asume que cada dato procesado implica un riesgo y una obligación ética. Las Data Privacy Assessments, los mecanismos de accountability y la gestión proactiva de riesgos no son tareas burocráticas: son la expresión concreta de una cultura que entiende que la información personal tiene valor humano antes que comercial.

Desde esa perspectiva, la transparencia sin límites no empodera: vulnera. La frontera entre mostrar y proteger se convierte en el espacio donde se juega la reputación y la legitimidad de una marca.

Cultura corporativa y gamificación del control

Las empresas modernas se comunican, evalúan y premian a través de plataformas digitales. Los indicadores de productividad y las métricas de engagement funcionan, muchas veces, como dispositivos de observación permanente. Lo que parece participación puede esconder vigilancia; lo que se celebra como compromiso puede ser, en realidad, un nuevo modo de control simbólico.

En este sentido, la advertencia de The Circle resulta inquietantemente contemporánea. Las lógicas de gamificación —puntos, rankings, niveles— trasladan a los entornos laborales la misma dinámica que sostiene las redes sociales: visibilidad constante como sinónimo de valor. Pero el precio es alto. Cuando los colaboradores sienten que todo lo que hacen queda registrado, la creatividad y la autonomía se reemplazan por comportamientos de bajo riesgo, diseñados para “verse bien” ante el algoritmo.

El Compliance Officer, según el documento homónimo elaborado por la Escuela de Negocios ADEN, debe actuar como un filtro institucional frente a esa sobreexposición. Su misión no se reduce a vigilar el cumplimiento de normas, sino a promover una cultura de límites saludables, donde la información sirva al propósito de la organización sin invadir la esfera personal. La ética digital comienza, justamente, en ese punto: saber cuándo no mirar.

Grigera del Campillo refuerza esta idea al definir la privacidad como una “competencia estratégica transversal” que requiere coordinación entre tecnología, legal, seguridad y cultura organizacional. Las herramientas de privacy by design, los controles de acceso y los mecanismos de minimización de datos constituyen hoy un lenguaje técnico que traduce la ética en prácticas de gestión.

Restaurar los límites: transparencia con propósito

Si la transparencia se convierte en fin, pierde su función social. El liderazgo responsable consiste en restaurar los límites entre lo que debe compartirse y lo que debe resguardarse. La Escuela de Negocios ADEN, en Rol del Compliance Officer, subraya que la figura del encargado de cumplimiento solo puede ejercer su función con efectividad si posee autonomía e independencia real, además de acceso directo al directorio. Su tarea no es acumular información, sino garantizar que cada flujo de datos respete los principios de integridad y proporcionalidad.

El texto también advierte que el nombramiento de un compliance officer no exonera al directorio de su responsabilidad originaria: la alta dirección conserva la posición de garante sobre los riesgos éticos y penales derivados del uso indebido de la información. Este principio implica que la gobernanza de datos no puede delegarse completamente; requiere una cultura institucional que reconozca la privacidad como activo ético y económico.

Volviendo a la metáfora de The Circle, las organizaciones que “lo ven todo” terminan sin ver lo esencial. Una empresa verdaderamente ética no es la que recopila más datos, sino la que genera confianza porque sabe cuándo detenerse. En tiempos donde la visibilidad parece un mandato, proteger los límites se convierte en el gesto más radical de responsabilidad.

La sobreexposición y el mito de la inocencia digital en You

En You, la trama se sostiene sobre un gesto cotidiano: compartir. Fotografías, ubicaciones, comentarios o listas de reproducción que parecen inofensivas terminan convirtiéndose en las piezas de un rompecabezas que otros —personas o algoritmos— pueden usar en nuestra contra. Lo que en la ficción se traduce en obsesión y acoso digital, en el mundo real se replica en una práctica invisible: la exposición constante de información personal bajo la apariencia de conexión emocional.

Agustín Allende Larreta utiliza esta serie como un espejo para reflexionar sobre la fragilidad del consentimiento en la era de la hiperconexión. En la mayoría de los entornos digitales, señala, el consentimiento no es verdaderamente informado: “clickeamos aceptar” sin comprender los alcances de lo que cedemos. En consecuencia, las personas creen tener el control sobre sus datos, cuando en realidad entregan la materia prima con la que se construyen perfiles, decisiones y narrativas sobre su propia identidad.

El consentimiento como ficción funcional

Desde el punto de vista del Compliance y la ética corporativa, el consentimiento no puede ser una formalidad jurídica. Como subraya Grigera del Campillo en Compliance y Ciberseguridad, las políticas de privacidad deben comprenderse como instrumentos de responsabilidad activa, no como contratos de adhesión donde el usuario abdica de su voluntad. Grigera enfatiza la necesidad de que las organizaciones asuman un modelo de accountability real, en el que se verifique que las personas entienden qué información se recopila, cómo se procesa y con qué propósito.

Esta noción se relaciona con el principio de responsabilidad proactiva que promueve la Escuela de Negocios ADEN en sus materiales de formación en ética digital: las empresas deben prevenir los riesgos derivados del manejo inadecuado de datos personales mediante educación interna, monitoreo transparente y comunicación clara con sus usuarios. La protección de la privacidad no es un costo operativo, sino una forma de legitimidad.

La ilusión de seguridad en la esfera digital

El mito contemporáneo de la inocencia digital parte de la idea de que “nadie se interesará por mis datos”. Esa falsa seguridad —alimentada por la sensación de anonimato y la rapidez del entorno online— debilita la percepción de riesgo. En You, las víctimas no son ingenuas en el sentido clásico, sino confiadas: creen que la información que publican está bajo su control. En la realidad corporativa, sucede algo similar. Cada registro en una plataforma, cada clic en una aplicación o cada formulario de recursos humanos se convierte en una huella que puede ser usada con fines no previstos.

Responsabilidad digital: un cambio de paradigma

El desafío actual, afirma Allende Larreta, es reemplazar la idea de control absoluto por la de corresponsabilidad ética. Las personas deben aprender a administrar su huella digital con el mismo criterio con el que administran su reputación o sus finanzas. Y las organizaciones deben pasar del enfoque reactivo —cumplir normas, responder a incidentes— a un enfoque preventivo que integre la privacidad en su ADN operativo.

El documento Rol del Compliance Officer refuerza esta visión al describir al responsable de cumplimiento como un educador organizacional que promueve comportamientos éticos, conciencia sobre el riesgo y formación continua en integridad. Su misión, más allá de la vigilancia, es instalar una cultura de responsabilidad digital compartida que reconozca el valor humano detrás de cada dato.

En definitiva, You desnuda el precio de la ingenuidad digital: creer que la información que compartimos desaparece. Allende Larreta nos invita a mirar más allá del entretenimiento y reconocer que la privacidad es un derecho, pero también una práctica. Su preservación depende tanto de los marcos legales como de la capacidad de cada individuo —y cada empresa— de ejercer el autocontrol en un entorno donde la exposición se confunde con pertenencia.

La privacidad como activo ético: De la narrativa distópica a la urgencia empresarial

Las ficciones como The Circle o You nos advierten sobre la pérdida de control que ocurre cuando los datos personales se transforman en moneda de cambio. En la trama, los personajes quedan atrapados entre la fascinación por la conexión y el miedo a ser observados. En el mundo real, las organizaciones enfrentan un dilema similar: ¿cómo aprovechar el valor de la información sin vulnerar la confianza que la hace posible?

La Escuela de Negocios ADEN, en el informe Ciberseguridad, Ética de Datos y Formación, señala que la gestión de datos personales es hoy “una cuestión estratégica, no solo técnica”. La ciberseguridad, afirma el documento, debe integrarse con la ética digital y la formación continua, porque “el factor humano sigue siendo el eslabón más débil de la cadena”. La protección de la privacidad, por lo tanto, ya no es un tema de sistemas informáticos, sino de cultura organizacional: requiere líderes capaces de entender que cada dato representa a una persona.

Las cifras son elocuentes. Según el Digital Trust Insights 2025 de PwC, el 62 % de las empresas en América Latina sufrió algún tipo de filtración de datos en el último año, y más del 40 % reconoció no haber contado con un protocolo claro de respuesta. De acuerdo con el Cost of a Data Breach Report 2025 de IBM, las organizaciones tardan en promedio 277 días en detectar y contener un incidente. No es solo un problema técnico: cada día de exposición erosiona la reputación y debilita la confianza.

En el pasado, las políticas de privacidad eran vistas como un requisito normativo. Hoy, en cambio, se entienden como un activo intangible que puede determinar la supervivencia de una marca.

Cada filtración, cada uso indebido de información, deja una marca que no se borra fácilmente. Las organizaciones que gestionan la privacidad con responsabilidad no solo reducen riesgos: aumentan su credibilidad, fortalecen su cultura interna y consolidan su sostenibilidad a largo plazo. En un entorno donde la información es poder, elegir protegerla es también una declaración de principios.

De la vigilancia al liderazgo responsable: ¿Estamos preparados?

La gobernanza de datos se ha convertido en una competencia estratégica para los líderes de la región. Dirigir una organización en la era digital implica comprender que la información no solo es un activo, sino una responsabilidad.

El liderazgo que emerge del Compliance es, ante todo, un liderazgo pedagógico: enseña con el ejemplo y educa en el discernimiento ético. En la región, los programas de compliance y derecho representan una oportunidad para profesionalizar la toma de decisiones y fortalecer la relación entre integridad corporativa y sostenibilidad.

El desafío no está en abandonar la tecnología, sino en reaprender a usarla con límites y ética”, advierte Agustín Allende Larreta. Su reflexión resume una verdad que atraviesa tanto la narrativa audiovisual como la gestión empresarial: el problema no es la herramienta, sino el uso que hacemos de ella.La ficción, con su poder de síntesis y su capacidad para revelar tensiones morales, nos permite comprender de forma más nítida los dilemas que enfrenta el Compliance contemporáneo. The Circle muestra cómo la transparencia absoluta puede volverse opresiva cuando se olvida el sentido del límite; You recuerda que el exceso de exposición convierte la información en vulnerabilidad. Ambas historias invitan a pensar que la ética digital no puede construirse desde el miedo, sino desde la educación y la consciencia.

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Faculty: Agustín Allende Larreta
Agustín Allende Larreta

Experto en Protección de Datos Personales